Nunca, jamás, se te ocurra insultar a alguien por las apariencias. Jamás. Es algo que yo misma debería poner en práctica a veces, porque somos tan ligeros para juzgar. Tanto que asusta. Y lo hacemos, constantemente, sin saber si la persona a la que le dedicamos un sonoro y poético insulto, va a ir a casa a intentar trazar un recorrido en su muñeca, con algo punzante. O irá a reventar su garganta con gritos y una música de fondo a todo trapo para que nadie la oiga llorar.
No lo hagas, y si lo haces, asegúrate de juzgar a alguien, después de haber calzado sus zapatos durante tres días.
Ghandi.